Hace
ya casi treinta años, un Ministro de Agricultura, con el que todavía mantengo
una buena relación y que conocía mi afición por la botánica, me preguntó por
esas esferas de unos 2 centímetros, con ligeras perforaciones, de color oscuro,
que aparecen diseminadas en algunas encinas. Entonces no existía ni la palabra
“epigenética”, por lo que no pude explicarle que era una alteración de la
actividad genética de la encina: una avispilla (el himenóptero Andricus quercustozae)
pica una yema de formación en una rama e introduce sus huevos y una serie
de moléculas que alteran la expresión del genoma de las células afectadas que,
en vez de hacer mas ramas, empiezan a hacer un tumor esférico de un material
vegetal especial que sirve de alimento para las larvas del insecto que, una vez
transformado en adulto, perfora la capsula y se va a continuar el ciclo.
¿Ese
comportamiento es favorable para la encina? Claramente no. Se sustraen recursos
de la planta para producir algo foráneo a su actividad vital; es más, si
proliferan pueden llegar a matar al árbol. Estos hechos solo favorecen a los
miembros de la especie parasitaria. La “agalla” es solo un “pesebre” para las
avispillas.
La Agencia Española de Seguridad Alimentaria nació coincidente con la crisis sanitaria llamada “de la vaca loca” (Encefalopatía Espongiforme Bobina), para coordinar las actuaciones de las Comunidades Autónomas, que son las competentes en los asuntos referentes a la salud, en las crisis sanitarias de origen alimentario y, a la vez, servir de puente con la unidad similar existente en la Comisión Europea que coordina la gestión de esas crisis con todos los países de la Unión. Aunque en algún país la agencia se comparte entre los Departamentos de Sanidad y de Agricultura, la ubicación mayoritaria es en los Ministerios relacionados con la salud. Y así se creó en España en el Ministerio de Sanidad, recuerdo que por la única Ley que se aprobó durante el Gobierno de Aznar por unanimidad de todos los grupos, también el comunista, a pesar de que tenía mayoría absoluta para haber aprobado el texto que hubiera querido.
Y desde esos años, primeros de este siglo, la AESA empezó realizando un gran trabajo junto con las CCAA. Se gestionan anualmente más de un centenar de alertas, con una gran eficacia por el funcionamiento de la Red de Alerta, que por cierto fue una aportación española a la Europa comunitaria, dado que la iniciativa nació en la Dirección General de Salud Publica del Ministerio de Sanidad el año siguiente a la trágica crisis del síndrome toxico. La participación de los distintos eslabones de la cadena agroalimentaria como vocales de su Consejo de Dirección ha comprometido a todas las empresas, consiguiendo que nuestro sector agroalimentario tenga un gran prestigio en los mercados exteriores por la inocuidad de lo que produce y vende.
Pero…llegaron
las agallas. Para crear una nueva estructura ministerial, totalmente
innecesaria, pero precisa para colocar a dos o tres docenas de amigos
políticos, lo que algunos de ellos llamó “la casta”, había que ir recogiendo
unidades administrativas que no dieran mucho la lata, para reunirlas en el
nuevo departamento que había que crear y así, la AESA ha acabado junto el
juego, en el mismo sitio: sanitarios y croupiers juntos. La jugada es redonda
porque, como la estructura del Gobierno tiende a trasladarse a las 17
Comunidades Autónomas, se crearán otras 17 agallas, capaces de albergar a otro
centenar largo de cargos y asesores de las diferentes familias políticas.
¿Esto
es bueno para el país, para el sector agroalimentario o para los ciudadanos?
No. Nos debilita. Se pierde eficacia en la gestión y detrae recursos necesarios
para otras cosas.
Pero
para ellos, como para las avispillas, eso, nunca fue lo importante.
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