Joan Mier Albert
Abogado PhD
Está circulando por las redes
algo que a mucha gente le habrá llamado la atención. En una presentación del
Dr. Thomas Cowan en la Cumbre de Salud y Derechos Humanos en Tucson, Arizona,
el pasado 12 de marzo, hacía referencia al efecto al que estamos sometidos por
las radiaciones electromagnéticas, principalmente derivadas, según decía, del
incremento de las estructuras que nos permiten estar comunicados: los wi-fis,
GPS, satélites enviando señales como hace ya un siglo había empezado a ocurrir
con el avance tecnológico derivado de los radares…
Decía, a propósito de la
crisis actual del Covid-19 y anotando reflexiones del Dr Rudolf Steiner,
analizadas con motivo de la llamada “gripe española” de 1918, que “los virus
son la excreción de una célula intoxicada. Son trozos de ADN o ARN expulsados
de las células cuando éstas están envenenadas. No son la causa de nada.”
También hacía comentarios sobre tratamientos terapéuticos aplicados por él a
pacientes con dificultades de salud derivadas de la recepción amplificada de
campos electromagnéticos en los cuerpos, por el exceso de partículas metálicas ingeridas
y la calidad del agua de las células.
Finalmente volvía a citar al
mismo profesor Steiner señalando que si bien en aquella época no había una
influencia, tan grande como ahora, de los campos electromagnéticos, ya
anunciaba la necesidad de desarrollar un potencial espiritual, de manera más
fuerte que un siglo antes. Ese era precisamente su consejo ante la situación
actual, “Hagamos lo posible en desarrollar capacidades
espirituales”.
Se puede dudar de si todo esto
es cierto. El entorno de su presentación y la misma puesta en escena académica
parecen serios. Sin embargo, voces del sector más concernido dicen que no son
verdaderas algunas de las cosas que dice y le acusan incluso de ser alarmista.
No lo sé, pero en cualquier caso ahí queda su consejo espiritual.
Aunque no sea sensato dudar de
los buenos propósitos de la aplicación de desarrollos tecnológicos en la vida
de las personas, creo que no se han estudiado suficientemente ni valorado
previamente los riesgos que los avances tecnológicos puedan tener para la
salud, y muy especialmente en el ámbito de la seguridad alimentaria. Además, no
se han tenido en cuenta, en términos de desigualdad, las consecuencias que el
desarrollo de estas nuevas aplicaciones pudiera tener entre las diferentes
economías del planeta. Quizás lo correcto sería debatir, a nivel mundial,
cuáles son las ventajas y los riesgos a los que se enfrenta toda la Humanidad
si aplicamos estos avances.
Tuve placer de escuchar, no
hace mucho más de dos años, a Peter Brabeck-Letmathe, presidente emérito de
Nestlé y conferenciante invitado por el Instituto Internacional San Telmo de
Sevilla, sobre los avances de las nuevas posibilidades que abre el Big Data en
la alimentación. Ya sabemos, decía, que nuevas aplicaciones permiten obtener
información a través de dispositivos Lifelogging (registros vitales), de todas
las rutinas diarias desde el sueño hasta la vigilia, para compararla con etapas
anteriores. El Internet de las cosas ya está permitiendo intercambiar
información útil a las empresas para, mediante algoritmos, ofrecer programas
personalizados de alimentación a través de sensores portátiles. Esto es lo que
la revolución digital va a ir introduciendo en nuestras vidas a partir de … ya.
Hablaba de los beneficios
todavía desconocidos asociados a la decodificación del genoma humano y del
microbioma que permita conocer a qué riesgos está expuesta su salud personal y
cómo prevenirlos. Pequeños dispositivos portátiles conectados a internet, como
los brazaletes que incorporan relojes de salud, que recopilan y envían
información vía bluetooth a una aplicación del smartphone para monitorizar y
hacer recomendaciones de nutrición y buenas prácticas. De esa manera, decía, se
puede alcanzar un cambio significativo en el estilo de vida de grandes sectores
de la población.
Me paré a pensar por un
momento a qué porcentaje de la población se estaba refiriendo realmente. Me
cuestionaba que si bien es cierto que en una parte del mundo se lucha y se está
consiguiendo alcanzar una vida más larga y más sana, en otra gran parte, con el
mayor porcentaje de población joven del planeta, por qué no se consiguen logros
parecidos en el mismo objetivo. Allí, alimentación y nutrición no son lo mismo.
Me pregunto cuándo llegará a beneficiarse también de esos avances tecnológicos
sin que otros nuevos desarrollos pongan de nuevo en evidencia su retraso. La
tecnología aplicada y las necesidades primarias no suelen participar en la
misma carrera.
Y mientras leo cifras impresionantes sobre el número
creciente de teléfonos móviles en África y sus beneficios, leo también que en
países nórdicos europeos la mayoría de la población ya no habla por teléfono
móvil sin usar auriculares, ni coloca los dispositivos en partes sensibles del
cuerpo, para protegerse.
28 marzo 2020
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