Joan Mier Albert
Abogado
Gobernanza europea
En estos días de pandemia llegan noticias relacionadas
con la gestión de la crisis sanitaria, y sus consecuencias económicas, que
invitan a reflexionar sobre la realidad de las relaciones entre los Estados, y
también sobre la solidaridad europea.
Se está produciendo en el mundo occidental una deriva
individualista desde finales del siglo XX, que ha ido generando una creciente
ausencia de compromisos colectivos. En los últimos cuarenta años hemos priorizado
atención en alcanzar objetivos materiales, relegando otros objetivos que nos
conciernen a la sociedad globalmente y que nos habían permitido crecer.
En lo que llevamos de siglo ha habido momentos críticos
de diverso tipo en los que se ha echado en falta en Europa una reacción
política conjunta a la altura de lo esperado de la integración europea. Lo
hemos visto en la gestión del rescate económico de Grecia tras la crisis del
2008, en la falta de compromiso y el cierre de fronteras a los flujos migratorios
desde África, y ahora también en la reacción de algunos países miembros y la
incapacidad de los mecanismos comunitarios para responder a la llamada a la
solidaridad mediante la mutualización
de medidas de apoyo financiero.
Independientemente del análisis que se pueda hacer del
desacierto de las manifestaciones de determinados líderes europeos, y la
reacción de representantes de instituciones comunitarias producidas bajo la
influencia de una crisis que genera gran tensión, interesa reflexionar sobre la
percepción del proyecto europeo.
Se oyen voces cada vez más fuertes renegando de la vida
que le pueda quedar por delante al proyecto integrador europeo, argumentando
que las bases sobre las que se sustenta empiezan a mostrar grietas de una
considerable dimensión. ¿Estaremos asistiendo a un retorno de los egoísmos
nacionales, lejos del recorrido iniciado por Monnet, Schuman, y otros y
consolidado después por líderes de talla política, Delors, Miterrand, Köhl,
González? ¿Nos estamos alejando del gran sueño de una Europa verdaderamente
común?
Ante la falta de reacciones políticas en casos graves, la
sociedad europea crítica mayoritariamente la ceguera que comporta el egoísmo
nacional, la falta de realismo en las decisiones políticas y el alejamiento
entre la sociedad y las instituciones comunitarias, a la que se juzga como
burocracia inmóvil poblada por lo que algunos analistas llaman los “príncipes
de la norma” o los “reyes de los pesos y medidas” incapaces de estar a la
altura política que está reclamando la Historia.
La Historia nos recuerda que Europa ha sabido reaccionar
en diversos momentos difíciles, demostrando espíritu de solidaridad llevándolo
a la práctica. Esto ha sido así desde el mismo origen del proceso de
integración europea tras la segunda guerra mundial, hasta la creación de la
moneda único o la apertura hacia los llamados países de la Europa del Este,
pasando por la creación del Mercado Interior europeo. En esos momentos críticos
Europa ha reaccionado cediendo intereses particulares por objetivos comunes.
Sin embargo, esa dinámica no se ha confirmado en momentos graves vividos en los
últimos veinte años. La duda que surge es si Europa no se ha convertido en un
proyecto exclusivamente económico esclavo del liberalismo imperante en la
economía. ¿Podrá reaccionar a tiempo apartando los egoísmos nacionales? No se
trata solo de aplicar parches en forma de decisiones que se traduzcan en euros
sino también, y sobre todo, en solidificar una cultura solidaria.
He tenido ocasión de releer un interesante libro que
describe el escenario en el que vivía Europa hace ahora un siglo comparándolo
con la situación actual. (“1913, un año hace cien años”- Florian Illies).
Señala que los primeros años del siglo XX fueron un período especialmente
fructífero para la creatividad humana y Europa era un hervidero de nuevas ideas
y tendencias en todos los campos: Política, ciencia, música, pintura,
arquitectura, literatura. Proust reflexionaba en busca del tiempo perdido,
Freud abría nuevas vías al análisis del comportamiento humano, Stravinski
reflejaba el renacer de la primavera, Kafka, Joyce… Era una época de gran
pulsión creativa, en la que el ser humano parecía ir perdiendo la inocencia
intuyéndose el abrupto declive que se avecinaba.
También he releído a Tony Judt [“Algo va mal” (2010)] y
me ha hecho pensar en la dinámica que está comportando en el comportamiento
humano los avances, traducido en algo que llamamos progreso. Se está
produciendo en el mundo occidental una deriva individualista desde finales de
siglo y su ceguera sobre la creciente falta de compromisos entre países. “El
estilo egoísta de la vida contemporánea, que nos resulta “natural”, y también
la retórica que lo acompaña se remontan tan sólo a la década de los ochenta. En
los últimos cuarenta años hemos hecho una virtud de la búsqueda del beneficio
material, hasta el punto de que eso es todo lo que queda de nuestro sentido de
un propósito colectivo”. Y se pregunta Judt ¿Por qué nos hemos apresurado tanto
en derribar los diques que laboriosamente levantaron nuestros predecesores?
¿Tan seguros estamos de que no se avecinan inundaciones?
El liderazgo económico que ejerce Alemania en Europa está
dominado por una corriente económica que surgió allí en los años treinta y que
ha marcado toda la política alemana desde entonces, consistente en capitalismo
social de mercado donde el Estado tiene un papel preponderante para fijar las
reglas y garantizar la competencia, pero no para financiar proyectos o impulsar
la actividad con dinero público. Eso, aderezado con un aliño protestante, tiene
una traducción política en sus pautas de austeridad, y exigencia de control de
la inflación y reducción de la deuda. Esta corriente afecta en mayor o menor
medida al conjunto de países centroeuropeos, lo que permite entender que sean
éstos los que se oponen a la adopción de mecanismos de financiación compartida
de las necesidades económicas de los países más afectados por la pandemia.
Otro libro que ha caído en mis manos en este repaso de
ideas lo publicó en diciembre del 2006 el ministerio de asuntos exteriores
finlandés, al final de su período de presidencia semestral rotativa del Consejo
de la UE, lleva por título “Europe 2050, challenges of the future, heritage of
the past”. Recoge mensajes sobre el compromiso de mantener e impulsar los
principios que permitieron la creación del proyecto europeo, en el que la idea
de solidaridad fue crucial para el proceso de modernización de Europa. Y leo:
“Es en la heterogénea visión global de Europa donde podemos encontrar el
énfasis de la solidaridad, tal vez más expresado en el pasado por gente
ordinaria que a nivel de los sistemas políticos.” Esto me hace pensar en
cuántas ocasiones he visto discursos de Estados miembros , en el ejercicio
temporal de la presidencia del Consejo de la Unión, enarbolar con tanta fuerza
el mensaje de integración como, después, cuando pasa el testigo presidencial,
proteger con el mismo fervor su propio interés.
A Europa le sobran razones para poner en práctica ese
espíritu de solidaridad blandido en los discursos políticos. Además, por si
hubiera alguna duda sobre la legitimidad de una actuación solidaria conjunta,
el tratado de la Unión Europea ofrece una amplia base jurídica con referencias
al compromiso y fomento de solidaridad entre los Estados miembros, a la
legitimidad institucional de actuaciones contra las pandemias transfronterizas,
o al compromiso de actuar conjuntamente, con espíritu de solidaridad, si algún
Estado miembro es víctima de una catástrofe natural. Aún estamos a tiempo de
provocar una reacción política y moral que se nutra de las lecciones del
pasado, y así conjurar lo inevitable.
2 abril 2020