05/04/2020

Pongamos que hablo de… Europa (y la solidaridad)



Joan Mier Albert
Abogado
Gobernanza europea

En estos días de pandemia llegan noticias relacionadas con la gestión de la crisis sanitaria, y sus consecuencias económicas, que invitan a reflexionar sobre la realidad de las relaciones entre los Estados, y también sobre la solidaridad europea.

Se está produciendo en el mundo occidental una deriva individualista desde finales del siglo XX, que ha ido generando una creciente ausencia de compromisos colectivos. En los últimos cuarenta años hemos priorizado atención en alcanzar objetivos materiales, relegando otros objetivos que nos conciernen a la sociedad globalmente y que nos habían permitido crecer.

En lo que llevamos de siglo ha habido momentos críticos de diverso tipo en los que se ha echado en falta en Europa una reacción política conjunta a la altura de lo esperado de la integración europea. Lo hemos visto en la gestión del rescate económico de Grecia tras la crisis del 2008, en la falta de compromiso y el cierre de fronteras a los flujos migratorios desde África, y ahora también en la reacción de algunos países miembros y la incapacidad de los mecanismos comunitarios para responder a la llamada a la solidaridad mediante la mutualización de medidas de apoyo financiero.

Independientemente del análisis que se pueda hacer del desacierto de las manifestaciones de determinados líderes europeos, y la reacción de representantes de instituciones comunitarias producidas bajo la influencia de una crisis que genera gran tensión, interesa reflexionar sobre la percepción del proyecto europeo.

Se oyen voces cada vez más fuertes renegando de la vida que le pueda quedar por delante al proyecto integrador europeo, argumentando que las bases sobre las que se sustenta empiezan a mostrar grietas de una considerable dimensión. ¿Estaremos asistiendo a un retorno de los egoísmos nacionales, lejos del recorrido iniciado por Monnet, Schuman, y otros y consolidado después por líderes de talla política, Delors, Miterrand, Köhl, González? ¿Nos estamos alejando del gran sueño de una Europa verdaderamente común?

Ante la falta de reacciones políticas en casos graves, la sociedad europea crítica mayoritariamente la ceguera que comporta el egoísmo nacional, la falta de realismo en las decisiones políticas y el alejamiento entre la sociedad y las instituciones comunitarias, a la que se juzga como burocracia inmóvil poblada por lo que algunos analistas llaman los “príncipes de la norma” o los “reyes de los pesos y medidas” incapaces de estar a la altura política que está reclamando la Historia.

La Historia nos recuerda que Europa ha sabido reaccionar en diversos momentos difíciles, demostrando espíritu de solidaridad llevándolo a la práctica. Esto ha sido así desde el mismo origen del proceso de integración europea tras la segunda guerra mundial, hasta la creación de la moneda único o la apertura hacia los llamados países de la Europa del Este, pasando por la creación del Mercado Interior europeo. En esos momentos críticos Europa ha reaccionado cediendo intereses particulares por objetivos comunes. Sin embargo, esa dinámica no se ha confirmado en momentos graves vividos en los últimos veinte años. La duda que surge es si Europa no se ha convertido en un proyecto exclusivamente económico esclavo del liberalismo imperante en la economía. ¿Podrá reaccionar a tiempo apartando los egoísmos nacionales? No se trata solo de aplicar parches en forma de decisiones que se traduzcan en euros sino también, y sobre todo, en solidificar una cultura solidaria.

He tenido ocasión de releer un interesante libro que describe el escenario en el que vivía Europa hace ahora un siglo comparándolo con la situación actual. (“1913, un año hace cien años”- Florian Illies). Señala que los primeros años del siglo XX fueron un período especialmente fructífero para la creatividad humana y Europa era un hervidero de nuevas ideas y tendencias en todos los campos: Política, ciencia, música, pintura, arquitectura, literatura. Proust reflexionaba en busca del tiempo perdido, Freud abría nuevas vías al análisis del comportamiento humano, Stravinski reflejaba el renacer de la primavera, Kafka, Joyce… Era una época de gran pulsión creativa, en la que el ser humano parecía ir perdiendo la inocencia intuyéndose el abrupto declive que se avecinaba.

También he releído a Tony Judt [“Algo va mal” (2010)] y me ha hecho pensar en la dinámica que está comportando en el comportamiento humano los avances, traducido en algo que llamamos progreso. Se está produciendo en el mundo occidental una deriva individualista desde finales de siglo y su ceguera sobre la creciente falta de compromisos entre países. “El estilo egoísta de la vida contemporánea, que nos resulta “natural”, y también la retórica que lo acompaña se remontan tan sólo a la década de los ochenta. En los últimos cuarenta años hemos hecho una virtud de la búsqueda del beneficio material, hasta el punto de que eso es todo lo que queda de nuestro sentido de un propósito colectivo”. Y se pregunta Judt ¿Por qué nos hemos apresurado tanto en derribar los diques que laboriosamente levantaron nuestros predecesores? ¿Tan seguros estamos de que no se avecinan inundaciones?

El liderazgo económico que ejerce Alemania en Europa está dominado por una corriente económica que surgió allí en los años treinta y que ha marcado toda la política alemana desde entonces, consistente en capitalismo social de mercado donde el Estado tiene un papel preponderante para fijar las reglas y garantizar la competencia, pero no para financiar proyectos o impulsar la actividad con dinero público. Eso, aderezado con un aliño protestante, tiene una traducción política en sus pautas de austeridad, y exigencia de control de la inflación y reducción de la deuda. Esta corriente afecta en mayor o menor medida al conjunto de países centroeuropeos, lo que permite entender que sean éstos los que se oponen a la adopción de mecanismos de financiación compartida de las necesidades económicas de los países más afectados por la pandemia.

Otro libro que ha caído en mis manos en este repaso de ideas lo publicó en diciembre del 2006 el ministerio de asuntos exteriores finlandés, al final de su período de presidencia semestral rotativa del Consejo de la UE, lleva por título “Europe 2050, challenges of the future, heritage of the past”. Recoge mensajes sobre el compromiso de mantener e impulsar los principios que permitieron la creación del proyecto europeo, en el que la idea de solidaridad fue crucial para el proceso de modernización de Europa. Y leo: “Es en la heterogénea visión global de Europa donde podemos encontrar el énfasis de la solidaridad, tal vez más expresado en el pasado por gente ordinaria que a nivel de los sistemas políticos.” Esto me hace pensar en cuántas ocasiones he visto discursos de Estados miembros , en el ejercicio temporal de la presidencia del Consejo de la Unión, enarbolar con tanta fuerza el mensaje de integración como, después, cuando pasa el testigo presidencial, proteger con el mismo fervor su propio interés.

A Europa le sobran razones para poner en práctica ese espíritu de solidaridad blandido en los discursos políticos. Además, por si hubiera alguna duda sobre la legitimidad de una actuación solidaria conjunta, el tratado de la Unión Europea ofrece una amplia base jurídica con referencias al compromiso y fomento de solidaridad entre los Estados miembros, a la legitimidad institucional de actuaciones contra las pandemias transfronterizas, o al compromiso de actuar conjuntamente, con espíritu de solidaridad, si algún Estado miembro es víctima de una catástrofe natural. Aún estamos a tiempo de provocar una reacción política y moral que se nutra de las lecciones del pasado, y así conjurar lo inevitable.

2 abril 2020